//Casablanca, a 75 años de su estreno

Casablanca, a 75 años de su estreno

Un filme discreto convertido en mito

El 26 de noviembre de 1942 se estrenó en Nueva York una película que, sin haber invertido un presupuesto descabellado ni tener muchas expectativas en cuanto a la crítica, se convirtió en uno de los más celebrados clásicos del cine mundial.

Mientras que Lo que el viento se llevó costó cuatro millones de dólares y El Mago de Oz casi tres, el presupuesto de Casablanca fue de algo más de un millón de dólares. La película, dirigida por Michael Curtiz, no fue planeada como una gran producción taquillera ni se pensaba que terminaría convertida en una obra de culto. En realidad, desde el inicio fue concebida como una cinta romántica con ribetes de intriga y comedia acerca de un triángulo amoroso durante la Segunda Guerra Mundial, en la que Estados Unidos empezó a participar apenas un año antes.

El star-system de Hollywood atinó en el casting con una de las duplas cinematográficas más magnéticas de su historia: Ingrid Bergman, una muchacha recién llegada de Suecia, de rostro ancho, sonrisa grande y ojos luminosos que se ajustaba perfectamente a los cánones de la industria y al romántico dramatismo que exigía el personaje de Ilsa Lund; y Humphrey Bogart, un hombre maduro curtido por la vida (era 16 años mayor que ella y 5 centímetros más bajo, lo cual compensaba en cámara parándose en un ladrillo o sentándose sobre un cojín), trajinado ya en grandes estudios y cuyo talante adusto resultaba perfecto para interpretar a Rick Blaine, un héroe tan cáustico como apasionado.

Ilsa Lund se enamora de Rick Blaine en París luego de creer que su marido Victor Laszlo (Paul Henreid), un líder de la resistencia anti nazi, ha sido asesinado. Lund y Blaine acuerdan huir juntos cuando los alemanes invaden la ciudad, pero repentinamente ella lo planta en la estación de tren y tan solo envía una escueta nota de despedida, en la que no confiesa que su marido ha reaparecido y espera por ella.

Tres años más tarde, Rick Blaine se establece en Casablanca, pequeña ciudad del Marruecos bajo ocupación francesa que sirve de escala a quienes quieren huir de la guerra y llegar a Estados Unidos. Blaine es el propietario del Rick’s Café Americain, un antro tan turbio como elegante en el que conviven la policía francesa y los nazis recién llegados, y que es escenario para el mercado negro de visados y los juegos de azar ilegales. Hasta ahí llegan Ilsa Lund y su heroico esposo con el propósito de conseguir dos salvoconductos que los lleven a Estados Unidos. Ilsa vuelve entonces a encontrarse con Rick y la pasión revive. Los amantes se enfrentan al dilema de concretar o no el amorío que se había truncado, a la vez que buscan las opciones para que Laszlo llegue a Estados Unidos y pueda continuar con su lucha.

La balada romántica As Time Goes By, que de haber sido provisional pasó a ser la pieza central de la película, resalta como un mantra a través del cual aflora el intenso pasado de los amantes. La escena en la que la canción es interpretada por Sam (Dooley Wilson), el pianista del Café Americano, pasó a convertirse en una de las más recordadas de la historia del cine, y gracias a ella decenas de intérpretes, de Frank Sinatra a Omara Portuondo, ofrecieron sus versiones en las décadas siguientes.

Un guion tumultuoso

Casablanca partió del libreto de la pieza de teatro Todos vienen al café de Rick (Everybody comes to Rick’s), escrito por Murray Burnett y Joan Alison, y puesto en escena apenas en 1946, cuatro años después del estreno de la película. En la elaboración del guion fílmico, que fue replanteado varias veces durante el rodaje, participaron los gemelos Julius y Philip Epstein (guionistas de El señor Skeffington, interpretada por Bette Davis, y de Los hermanos Karamazov, dirigida por Richard Brooks), y Howard Koch (conocido por haber escrito, junto con Orson Welles, la adaptación radial de La guerra de los mundos, que desató la histeria colectiva en Nueva York en 1938). También participó el mismo Michael Curtiz, en cuyas manos recayó la dirección de la película luego de que el maestro del melodrama William Wyler (Ben-Hur, Los mejores años de nuestra vida), que era la primera opción del productor Hal B. Wallis, tuvo complicaciones con su agenda. Curtiz trabajó junto a Howard Koch en los diálogos –a la postre lo más sobresaliente de la cinta–, así como en el final de la historia, que fue escrito en secreto poco antes de terminar la filmación.

Incluso la moral de la época jugó un papel determinante en los vaivenes que tuvo el guion. Mientras se trabajaba en la adaptación se discutió la posibilidad de que el personaje Victor Laszlo muriera o se hiciera a un lado para que Rick Blaine e Ilsa Lund terminaran juntos, pero el Código Estadounidense de Producción Cinematográfica de 1930, conocido como Código Hays, estipulaba expresamente la prohibición de exhibir a una mujer que dejara a su marido por otro hombre.

Pese a las serias turbulencias por las que atravesó durante su producción, el filme tuvo una recompensa inusitada apenas un año después de su estreno, cuando de un total de ocho nominaciones a los Oscar de 1943, logró los premios a Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Adaptado. Décadas más tarde, en 2006, el sindicato Writers Guild of America elegiría al libreto de Casablanca como el ‘mejor de todos los tiempos’, gracias a sus líneas memorables cargadas de pasión y un humor negro afilado que se concentra, sobre todo, en el personaje del taciturno Rick Blaine. La secuencia final de la película, cuando Ilsa y su esposo Victor están por huir a Estados Unidos, contiene unas de las frases más célebres de la historia del cine.

—Si ese avión despega y no estás con él, lo lamentarás –le dice Rick a Ilsa cuando ella duda de si embarcarse o no junto a su esposo.

—¡No! —susurra ella.

—Quizás hoy no, quizás mañana tampoco, pero pronto y para el resto de tu vida.

—¿Y nuestro amor no importa?

—Siempre nos quedará París. No lo teníamos, lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca. Y lo recuperamos anoche…

 

Casablanca como mito hollywoodense

Desde finales de los años cuarenta hasta hoy, Hollywood ha intentado aprovechar el éxito que tuvo la película a través de versiones, homenajes y guiños que han corrido con desigual suerte.

En esa lista destaca la parodia de los hermanos Marx A Night in Casablanca (Una noche en Casablanca, 1946), que con una historia sobre conspiraciones y un tesoro escondido por los nazis en esa ciudad marroquí, aludió al clásico de 1942 y de paso se burló de las películas de ese estilo que se hacían en la época. Cuando Warner Brothers, la productora del filme original, se enteró de la intención de los Hermanos Marx y pidió tomar en cuenta sus derechos de propiedad intelectual, Groucho le respondió a Jack Warner con una carta en la que señalaba que, aunque se propusieran hacer una imitación exacta, estaba seguro de que el espectador promedio sería capaz de distinguir entre Ingrid Bergman y su hermano Harpo.

Otra de aquellas películas es Play It Again, Sam (Sueños de un seductor, 1972), adaptación de la obra teatral homónima de Woody Allen y dirigida por Herbert Ross, cuyo título parafrasea al famoso diálogo de Casablanca en el que Ilsa Lund le pide al pianista del Café Americano que toque la pieza central del filme. Se trata de una comedia protagonizada por el mismo Allen, que encarna a un neurótico y patético recién divorciado que se sobrepone a la separación gracias a la ayuda sentimental de un imaginario Humphrey Bogart, galán de gabardina caqui que lo guía en su intento por conquistar a la guapísima Diane Keaton. En uno de los momentos clímax se ve a un atolondrado Allen picoteando a su amada, escena que se intercala con la original en la que Bergman y Bogart se reencuentran con un beso mientras la melodía de As Time Goes By resuena en lo alto.

Otro ejemplo notable de la influencia de esta cinta llegó de la mano de Steven Soderbergh con The Good German (El buen alemán, 2006), ambientada en Berlín al inicio de la posguerra y en la cual el corresponsal Jake Geismar (George Clooney) ayuda a huir a su antigua amante Lena Brandt (Cate Blanchett) y a su marido, perseguido por estadounidenses y soviéticos. La referencia se expresó también en los aspectos técnicos. Soderbergh utilizó únicamente tecnología de los años cuarenta (sonido análogo, movimientos mecánicos de cámara, lentes fijos, imagen en blanco y negro, nada de efectos digitales) y una banda sonora de la época, además de imitar la narrativa visual de la cinta original (encuadres, perspectivas, iluminación), algo que logró con éxito y que se nota, por ejemplo, en la luz sobre el rostro de Blanchet, muy cercana a la que se aplica de manera recurrente en el perfil izquierdo de Bergman y que resalta el brillo de su mirada. También en The Good German el amor contrariado termina en un aeropuerto, con un secreto develado y una despedida; una escena que, más que un homenaje, por momentos parece un plagio.

Herencia pop

Casablanca, como todo objeto de culto, ha dejado múltiples huellas en la cultura popular y provocado las más diversas discusiones sobre su valía artística.

A mediados de la década de los cincuenta, a un directivo de la universidad de Harvard se le ocurrió proyectar películas clásicas en un auditorio durante la semana previa a los exámenes finales, como una vía de distensión para sus estudiantes. Y como año tras año Casablanca era la más vista y solicitada, se volvió una tradición exhibirla, algo que se mantiene hasta hoy y que han emulado otras universidades estadounidenses.

Según escribe el historiador de cine Aljean Harmetz en su libro Round Up the Usual Suspects: The Making of Casablanca (1992), ya para 1977 esa era la cinta que con más frecuencia se retransmitía en la televisión estadounidense; y en 1982 el periodista Chuck Ross realizó un curioso experimento: alteró el guion de Casablanca cambiando de nombres a los personajes, firmó con un pseudónimo y lo envió a más de 200 agencias en California con el propósito de poner en cuestión las posibilidades cinematográficas del filme ante la misma industria que lo volvió un objeto de culto. El resultado fue que 97 agencias devolvieron el legajo sin haberlo leído, 7 lo recibieron pero no lo leyeron, 18 lo reportaron extraviado, 38 lo descalificaron por deficiente, 33 lo reconocieron, 3 lo declararon económicamente viable y una sugirió transformarlo en una novela.

Cuando Casablanca fue coloreada para la televisión, a mediados de los ochenta, levantó una ola de críticas entre sus más fervientes seguidores. Incluso el mismo hijo de Humphrey, Stephen Bogart, bromeó al respecto: “Si van a colorear Casablanca, ¿por qué no le ponen brazos a la Venus de Milo?”.

Por otro lado, una de las críticas más severas que recibió la película la hizo Umberto Eco. En su artículo Casablanca o el renacimiento de los dioses, el autor sostiene: “es una película muy modesta. Fotonovela, folletín, donde la verosimilitud psicológica es muy débil y los efectos dramáticos se encadenan sin demasiada lógica. El Mito del Sacrificio lo impregna todo, es una orgía de arquetipos (el amor desgraciado, la llave mágica, la tierra prometida, el triángulo amoroso, el aventurero ambiguo o el alcohólico redimido), pero es justamente por ello, porque es la cita de otras mil películas y porque cada actor repite en ella un papel interpretado otras veces, [que] opera en el espectador la resonancia de la intertextualidad. Así que Casablanca no es una película, sino muchas, una antología. Y por esto funciona, a despecho de teorías estéticas y cinematográficas.”

Pero quizá una de las semblanzas que mejor resuma a este filme, tan discreto como fascinante, dentro de la cultura pop sea la del extinto crítico español Ángel Fernández-Santos, que la calificó como una “genial destilería de sentimentalismo y cinismo”, porque es una película que “no se acaba, sigue haciéndose y quizá por eso dijo Billy Wilder que, sin ser la mejor, es la película más amada, pues la riqueza de sus angulaciones y ambigüedades ofrece tantos pliegues que siempre, cuando se vuelve a ver, se ve por primera vez. Todo esta dicho en Casablanca, pero hay que volver a decirlo, pues hay nuevos oídos que lo esperan.”

Diablo Kiteño
La Franciscana, 2017

Publicado originalmente en la revista Mundo Diners
Fotos tomadas de Internet

2018-04-04T22:47:06+00:00