//La felicidad, un acercamiento

La felicidad, un acercamiento

Hoy conocí gente increíble en la provincia boliviana de Chapare, zona campesina, cocalera y tropical. Sus habitantes me recibieron con la generosidad que caracteriza a los humildes; en sus rostros cobrizos no hay desconfianza sino timidez, quizá producto del maltrato y la exclusión de la que han sido objeto históricamente.

De esta zona han salido varios de los líderes más importantes que ha tenido Bolivia en los últimos años; es aquí donde se cocinó gran parte de ese movimiento social que ha transformado el rostro “blancoide” con el que se disfrazaba a todo un país, por el multicolor de sus pueblos originarios, de sus mestizos altiplánicos.

Quiero referirme a dos en particular: por un lado a Valentina Caravallo, mujer recia y decidida, con una claridad de pensamiento y capacidad de acción encomiables; dirigente sindical, madre y orgullosamente indígena; y por otro lado a Arsenio, niño de ocho años que me enseñó a cosechar hojas de coca y me abrazó con la sencillez de quien vive sin prejuicios; en sus ojos, al igual que en los del resto de comuneros, se proyecta la época de cambio que han propiciado; ellos, tal vez sin saberlo, me han hecho repensar las nociones de progreso, éxito, felicidad y riqueza que tanto usamos en el mundo occidental, al constatar que la vida puede y debe ser algo más que trabajar sin descanso en proyectos de otros para conseguir dinero, comprar, tener y gastar.

Valentina es un ejemplo de la dignidad de los pueblos indígenas y de la tenacidad de las mujeres, de las madres que aquí –como en tantos rincones del continente andino– han levantado sus voces para ejercer sus derechos a plenitud, exigir respeto a sus prácticas ancestrales y legar a sus hijos tradiciones que refuercen la construcción de identidades.

Desde esta zona, la organización colectiva no solo proyectó a uno de sus líderes, Evo Morales, al Palacio Quemado (sede del Gobierno nacional) o a Silvia Lazarte a presidir la Asamblea Constituyente de 2008, sino que fue un puntal político para definir al Estado boliviano como plurinacional –lo cual marca una diferencia radical en la concepción y administración de la cosa pública–, para la inclusión de símbolos andinos como símbolos patrios –y, por ende, en el imaginario social como símbolo de pertenencia y cohesión– y el reconocimiento de la hoja de coca como patrimonio cultural y recurso natural renovable de la biodiversidad.

Al ver como los campesinos cocaleros piensan y transforman su realidad, me he cuestionado el sentido de todo lo hecho hasta ahora, la vida que llevo con mi familia y lo que quisiera para nuestro futuro; a través de sus historias he intentado también poner en perspectiva los problemas que enfrentan nuestras sociedades occidentalizadas y las alternativas con las que pretendemos resolverlos.

A partir del ejemplo de este grupo de comuneros bolivianos, empiezo a comprender que la libertad, con todas sus letras, consiste en dedicarse tiempo a uno mismo y a quienes se quiere, que una vida exitosa implica hacer lo que a uno le gusta, que esa idea de progreso ligada a la riqueza es mentirosa y que la felicidad siempre puede resumirse en una sonrisa o un abrazo.

Diablo Kiteño
Por Bolivia en bici, 2015
Fotos propias.

2018-04-09T17:12:24+00:00