//La bella y la bestia, una aventura Disney

La bella y la bestia, una aventura Disney

Luego de hacerme el gil durante semanas, hoy Emilia (13) me lleva de la mano a ver La Bella y la Bestia. En la puerta nos recibe un imitador del Guasón de Heath Ledger que habla consigo mismo y, más que atraer clientes, los intimida. Hay un mundo de gente haciendo cola para todo; son muchas salas, pienso, muchas personas, mucho dinero circulando con gotero. El local entero huele a baño. Siempre. En los pasillos, a veces en las salas. Hoy es una de esas veces. Desde hace meses, mi cabeza hace una asociación inmediata entre ese cine y el olor a caño disimulado con aromatizante.

Luego de ocupar el tiempo sobrante en helados de colores, entramos. Bien apertrechados de golosinas, vemos llegar a la siempre pintoresca audiencia de mi Ecuador del alma, esa que nunca defrauda por ocurrida, por chocante, por invasiva. A mi lado, acaba de sentarse una doña macuca con sus nietos que devoran snacks. Más adelante, una adolescente de gorro de lana rojo se ha sacado los zapatos y lustra una baranda con sus medias grises de puntas rosadas. Todo va a salir bien, le digo al Diablo Kiteño que llevo dentro y se despierta cabreado.

La película empieza.

—¡Puta madre! —se levanta el vate— ¡ha sido musical! —refunfuña de su candidez en mis adentros. Él sabe cuánto odio los musicales. ¡Y de Disney!

Lo primero que voy a decir es que La Bella y la Bestia es una película muy Disney, maniquea, predecible, rimbombante y políticamente correcta —más ahora con Emma Watson al volante—, con personajes femeninos fuertes, una nutrida participación afro, una pareja gay y un elenco lleno de estrellas disfrazadas de pertrechos domésticos.

Es una película musical. Muy musical. ‘Mucho muy’. Tanto así que en ella cantan los muebles, la vajilla de 64 piezas, cada aldeano, cada integrante de la turba, cada extra. El único que no canta es el caballo. Y eso se agradece.

Los efectos visuales están de lujo, excepto por el rostro de la Bestia (apenas) que no es convincente y estorba, a lo Hulk. La Bestia tiene el rostro lanudo y barbado, los ojitos soñadores en tono azul cielo que humanizan al híbrido entre gato y carnero, vestido de Locomía.

La señora a mi lado saca una funda de pistachos y comienza a triturarlos, a chuparlos, a escupir suavecito las cáscaras en la palma de la mano que luego se limpia en el pantalón y en la butaca. En la fila de atrás, otra señora enciende la linterna del celular y busca a alguien en quién sabe dónde. El marido le arrancha el teléfono y lo apaga. Más de uno –desde el anonimato de las sombras– le agradece; alguno aplaude. Siento, por enésima vez, un golpe en el espaldar, del larguirucho de lentes cuyas canillas cruza y descruza con cada temita musical.

—Gusfraba —le digo al inquilino en vilo que llevo dentro, ese neurótico que ahora recibe, como un jab, otra cancioncita más. Y otra— ¡gusfraba! —repito y Emilia se ríe, me toma de la mano en cada agudo, me mima en cada puchero.

Emma Watson está a sus anchas en este film y saca suspiros con cada declaración de principios, con cada puteada feminista tanto como con ese recurrente gesto de agruras que tan bien le sale. Gastón, por su parte, es tal cual el de la película animada. Pero todo Gastón tiene su LeFou —anoten esa— y Josh Glad se luce y hasta se pasa.

—¡Oh Emma! —dice el diablo que llevo dentro— ¡qué cosas uno está dispuesto a ver por ti! —Emilia me codea con el ceño fruncido.

El asunto es que los personajes carecen de profundidad (hablemos de los principales), no evolucionan sino que mutan de una escena a otra, y eso en parte se debe a que el guión adolece de efectismo, le sobra parafernalia y cursilería. Aquí un detalle: esas “debilidades” son la rúbrica del éxito Disney para su target impúber. Así las quieren, así las hacen y todos felices para siempre.

Los malos son malísimos y pierden; los buenos son lindos y ganan. El resto no cuenta, son figurantes, casi escenografía, casi-casi espectadores, atragantándose de pistachos, frotando las medias en la baranda o aguantando las ganas de aullar y salir corriendo.

Al final de la proyección, salimos y nos encontramos con una suave llovizna. El Guasón conversa con un Jack Sparrow más convincente. Cruzamos la avenida por donde podemos; caminamos algunas cuadras hasta el departamento. Emilia —que salió encantadísima de la película— se la pasa canturreando todo el trayecto, intentando un tonito de soprano entre risas. Apenas llego, abro una biela y me instalo a descargar esta nota antes de que se me pase la taquicardia, antes de que se me olvide y tenga que ver La Bella y la Bestia otra vez.

 

Diablo Kiteño
La Franciscana, 2017
Fotos tomadas de Internet
2018-04-04T20:53:15+00:00