“Presiento que tarde o temprano llegará el momento en que la vida y la razón me abandonarán a la vez, ¡en una lucha desigual con el siniestro fantasma: el Miedo!” “La caída de la casa Usher” Edgar Allan Poe
Estaba casi muerto.
Había corrido durante toda la noche envuelto en temblores y sudores fríos. Al amanecer, apenas podía mantenerse en pie, debilitado por la fiebre y la huida. Uno de sus compinches le daba ánimos para que continuara pero era inútil: estaba herido, se desangraba lentamente por una pierna.
Cayó inconsciente.
Sintió de pronto cómo se deslizaba por su cuello, con su movimiento callado, con ese cuerpo helado, como inerte. Al principio no quiso abrir los ojos, se quedó inmóvil y trató de persuadir a quien lo sostenía, con leves golpes del brazo; no tuvo respuesta. Decidió mirar. Vio solo imágenes desenfocadas, confundidas con recuerdos cortados y pesadillas. Apretó los ojos y, aunque tuvo la certeza de haberse liberado de ellos, la angustia que le provocaba eso que se había posado sobre su garganta, persistía. Inclinó la cabeza y sintió el resto del enjuto cuerpo que colgaba a su lado y se enroscaba por encima de sus hombros. Quiso gritar pero ya no tenía fuerzas. Giró apenas la cabeza y abrió nuevamente los ojos; la tenía muy cerca, podía hasta percibir su olor a polvo, ver sus escamas infinitas y su piel descolorida; ver al fuego escapar por los ventanales fracturados de las casas, los hombres acribillados con la mirada hueca y sus mujeres violadas frente a los hijos; ver los disparos que se tragaba la noche junto con los fugitivos; reconocer el sol de la mañana que lastimaba sus pupilas y la plaza llena de soldados carcajeando; ver a sus compinches amarrados, como él en el cadalso, al encapuchado que se acercaba entre vítores a derribar el tronco que lo sostenía en vilo mientras él, absorto en su ambigüedad, se balanceaba como un péndulo que muere en cada movimiento.
La Franciscana, 1997 Publicado en el libro El ático (CCE, 1999)