Señas de identidad
Señas de identidad
Aunque definir es limitar y hasta pretender, solo con fines didácticos, me atrevo a esbozar algunos rasgos y manías que me identifican:
Soy escritor de oficio, comunicador social de profesión, ácrata de ideología política, agnóstico de creencia espiritual, irreverente de carácter y polemista de afición. Soy un aprendiz de cinéfilo y un cineasta postergado. Pero soy, sobre todo y antes que nada, papá de Emilia y de Maya, pareja de Manuela. Soy también pariente de un montón de gente que no conozco bien y a la que me parezco muy poco, o a veces demasiado. Soy amigo de medio mundo, aunque de esos, solo unos pocos son mis amigos.
Cuando sea grande quiero tener una hamaca, un huerto y un perro.
Me gusta el fernet con amigos y las golosinas sin amigos. Me encanta comer en la calle tanto como en restaurantes gourmet, ver películas echado en mi cama hasta que se atisba el sol, con Coca-Cola y un cigarrillo mentolado de vez en cuando, y cagarme de la risa con cualquier tontería, cantar a voz en cuello como me salga y bailar como pueda, burlándome del mundo y sus ridiculeces.
Me espanta la vejez propia, huyo del dolor, de las inyecciones y los pellizcones; me atraen las conversaciones inteligentes con café, las personas divertidas sin complejos y los perros chiquitos con dueño. También lloro en el cine, lloro con muchas canciones y con ciertos libros: estoy consciente de que soy un llorón. No busco mujeres ni hombres, no evangelizo a nadie, no impongo lo que pienso y casi no opino sino entrado en confianza.
Me da tristeza mi país y sus gentecitas, no quiero ser presidente de la república ni salvador del mundo; no tengo madera de héroe y espero no tener suerte de mártir. No creo en los partidos políticos ni en los movimientos sociales, en las oenegés ni en las fundaciones transnacionales, porque todos suelen ser la misma carroña. Huyo de los gremios y los agremiados, de los sindicatos y los sindicalistas, de las elites, los clubes sociales, los ‘pague por ver’ y los ‘darás viendo’. Desprecio a los curuchupas y mojigatos, a los neoliberales y a los comunistoides, a los agringados como a los aindiados, a los revolucionarios de ocasión y a los perezosos a tiempo completo.
No aspiro a ser galán de telenovela ni macho castigador de nadie. No quiero ser una víctima y tampoco un victimario. Detesto la prepotencia, las intrigas y las mentiras. No siento odio por nadie pero desprecio a algunas personas por viles, cabronas y tramposas. Detesto a los intelectuales de vitrina, a los escritores de cafetín, a los farfullas de las ideas y a los tránsfugas de las artes.
Adoro releer a Camus, a Sabato, a Borges, a Cortázar, a Vargas Llosa, a García Márquez o a Adoum. A Wilde, a Chejov, a Fuentes, a Onetti, a Capote. Hojeo revistas de atrás para adelante, oigo bandas sonoras de películas, hago zapping incesantemente en la radio y repito cada vez que puedo al primer Tarantino, a Kusturica, Bertolucci, Truffaut, Fellini, Scorsese, Wilder, Kubrick, a Wes Anderson o a los Coen.
No creo en el cielo ni en el infierno, creo que lo más probable es que, al final de la vida todo se vaya al carajo o, en el mejor de los casos, nos espere un purgatorio más, otro igual, según se vea. No creo en los negocios de la fe, en las vírgenes de por vida ni en la santidad basada en latigazos o abstinencias. Creo que rezar solo sirve cuando a uno le permite hablar consigo mismo.
Creo en el derecho de los pueblos a autodeterminarse, a mudar de costumbres, a olvidar ciertas tradiciones y a reinventarse a perpetuidad. No creo en los himnos nacionales y sus letras sangrientas ni en los escudos de armas o en las banderas. No estoy dispuesto a matar por un pedazo de tierra o una orden dada desde un búnker.
Creo en el mestizaje como riqueza y en la hibridación como esencia. Creo en la solidaridad, en el respeto más que en la tolerancia, en la honestidad, en la ternura y en la diversidad, en la paz sin pobreza ni hambre.
Puedo morir por defender una idea aunque preferiría vivirla para cerciorarme de que sirve o desecharla. Puedo morirme de amor también pero preferiría vivir el amor a plenitud como único atisbo de la eternidad y de la existencia de dios.
Creo que el infinito es pura incapacidad nuestra para entender de otra forma la existencia y que lo inconmensurablemente grande es lo inconmensurablemente pequeño. Creo que el hombre es el lobo del hombre, creo que el camino se hace al andar y que la vida es un acto de decisión.
Pero creer no es suficiente…