//Dios, patria y libertad

Dios, patria y libertad

Diatriba, alegato y apología

Dios (de algunos)

Dios no está muerto, pienso, no se puede matar algo inexistente. Tampoco está vivo, por ende. Dios no es, más bien, como la nada, que ni siquiera puede definirse, porque la definición implicaría ya ser algo y, precisamente, su característica resulta de la ausencia, del ‘no ser’. Pero si hubiera que definirlo, a Dios, se podría decir que es un personaje, maniqueo y patético, aburrido, ególatra y perverso. Es demasiado fácil ser perfecto, es una solución que, por obvia, debería descartarse. La perfección no existe, ni siquiera como una idea sensata, aplicable, imaginable. Dios es el resultado del temor, de la manipulación, de la incapacidad humana para explicar(se), para someterse y aliviar la angustia existencial que resulta de la conciencia de orfandad.Dios es un discurso impositivo, el eslabón que separa a los hombres, es el eufemismo perfecto del poder, instrumento de subyugación, pavor y culpa, promesa rota, eternidad inalcanzable.

En fin. Del pretexto burdo en una población pastoril del Medio Evo a causa última de la destrucción entre fanáticos en la posmodernidad. Dios alcanza para todos, Dios ya es de todos, lugar común, anciano de túnica y barba blanca, paloma descendente, moribundo en cueros.

Patria (de todos)

El rostro de la patria se dibuja con un trazo de prepotencia, como si la majestad que reviste a una nación se resumiera en la consecución, sostenimiento y perpetuación en el poder. Ya ganamos, ahora qué, debe haber pensado el coronel cuando ganó las elecciones. No como otros a los que la banda presidencial les cayó del cielo de Quito, o a los que siempre supieron que solo iban al sillón de Carondelet a llenarse los bolsillos o a llenar costales con billetes, como se quiera.

La prepotencia resulta del ejercicio del poder, entonces, de la condición humana de miseria, de egoísmo y crueldad. ¿Quién se librará de ello? Hasta ahora nadie.

La patria nunca ha sido de todos, no es y no lo será jamás. La patria es un discurso de clase, una construcción que prevalece gracias a su estructura coercitiva, piramidal, de bloques, gremios, instituciones. Lo que debemos socializar, repartir y compartir no es la patria, como edificio jurídico y socioeconómico, sino la nación, como construcción de identidades, confluencia y espejo común; la nación debería reconstituirse, replantearse como un proyecto inclusivo, abierto, a partir del reconocimiento y la autoaceptación, de la valoración y la crítica constructiva, desde una perspectiva de empoderamiento permanente, que no se base en acontecimientos esporádicos ni requiera de lo accesorio para encontrarse; necesitamos plantearnos una nación de sensatez y tenacidad, que descarte la miopía mental, que la destierre hacia el pasado.

 Libertad (de expresión)

La libertad no es solo un derecho, es, ante todo, un principio inalienable del ser humano. Inalienable en el papel, claro. La libertad implica responsabilidad sobre la acción y la omisión, sobre lo propio y ajeno. Ahora que se ha puesto de moda hablar de la libertad, como bandera de batalla que pretende esconder con descaro el negocio de la mediatización de la vida, ahora que ‘decir por decir’ no es más privativo de los idiotas, sino de cualquiera que busque lucirse, ahora que nuestras libertades se resumen en la expresión, como fórmula de oposición política, y que la libertad de expresión se limita a los medios que, apoderados de ella, la parcelan, la deforman y la venden. La verdadera libertad de expresión no puede entenderse sin la democratización de sus medios, de sus canales e instrumentos, si no, viene a ser un negocio más, según la lógica capitalista más recalcitrante, que tiene como objetivo primero, último y único la rentabilidad, la generación de dinero sin más, aunque para su consecución haya que despedazar, pisotear o enterrar a alguien. ¿La libertad es ya de todos?, ¿lo fue alguna vez?, ¿lo será?

La libertad tiene como cimiento base a la conciencia, porque implica un cierto nivel de razonamiento en su aplicación, un ‘saber de sí’ mínimo, una noción de límites para no vulnerar los derechos de los demás. El ejercicio de la libertad es un ‘estar en la cuerda floja’ permanente; pero lo que importa entonces no es tanto la cuerda sino el equilibrista que la usa: el irresponsable que no ha descubierto aún que pende de un hilo; el experto que mueve su cuerpo con precisión sin que la cuerda tiemble; el perverso que podría caer en cualquier momento solo por el placer de aplastar a otros; el que teoriza sobre el equilibrismo desde la orilla de la cuerda…

La libertad, desde tal perspectiva, es puramente humana, y ha sido objeto de transacción desde que el hombre decidió vivir junto a otro en vez de matarlo. Cedo parte de mi libertad a cambio de la protección colectiva; acto no de resignación, sino de inteligencia: limito mis posibilidades en pos de una jurisprudencia que me faculte a ganar parte de las suyas. Puedo lucrar de la normativa, influirla y acomodarla a mis necesidades. De ahí que la libertad, como concepto puro, no exista.

Epílogo
El poder que suma, las construcciones que subyugan, los discursos que engañan y dan esa sensación de llenura, de seguridad, cuando la verdad solo trae vacuidad, develan un sistema pernicioso que pervive de la apariencia, mascarada de aldeanos, campesinos y obreros, todos simplones, rebaño mustio que acude al matadero con la osadía en brazos, con la arrogancia propia del ignaro, que sube al patíbulo por voluntad y ni siquiera percibe su propio sacrificio. Dios, Patria y Libertad, doctrina y legajo que consagran un mundo en ruinas, que lo sostienen siempre en la cornisa. La cornisa de otros, claro.

 

Diablo Kiteño
La Franciscana, 2010
Fotos tomadas de Internet
2017-10-17T16:15:41+00:00