Adoum baja las escaleras con lentitud, como si midiera los pasos. Viste de negro. El rostro enjuto se ilumina apenas se sienta; ‘dale uso a mis fósforos’ le pide a su mujer; ella le trae un habano. Bebe un sorbo del vodka que reposa sobre la mesa, exhalando el frío de esta invernal tarde quiteña.
Enciendo una grabadora y aclaro la garganta, ¿quién es Jorge Enrique Adoum?
Uno de los últimos libros míos que se han publicado es De cerca y de memoria, con más de 700 páginas sobre gente que conocí y que de alguna manera tuvo importancia en mi vida y mi obra. Aquello me sirvió para hacer una revisión. Creo que en el libro aparezco desde los cinco años hasta hace muy poco tiempo. Qué podría decir… definirse es difícil.
¿Poesía, narrativa o ensayo?
La novela es el gran universo, como si los demás fueran solistas y la novela fuera la gran orquesta, porque puede comprenderlo todo, hasta música o pintura. Pero mi respeto a la poesía es enorme, no puedo concebir una buena novela que no tenga una carga poética.
Usted ha conocido a un sinnúmero de escritores e intelectuales, de los más influyentes del siglo XX…
He tenido la suerte de contar con la amistad de varios, sobre todo cuando viví en París, porque muchos recalaban por allá: Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Octavio Paz, García Márquez, inclusive Schostakovitch o Evtuchenko. Y de eso me acusan, ¿sabe?, dicen que soy presumido. Qué lindo poder presumir la amistad y las enseñanzas del otro. Dicen que mi último libro lo prueba. Me lo dijo un amigo periodista, “tú hablas de Julio, de Alejo, refiriéndote a Cortázar o Carpentier, y eso no se perdona”. Y yo digo, han sido amigos míos durante años, no sé cuántas veces el uno ha comido en casa del otro, hemos viajado juntos, hemos participado en actos culturales y yo no los voy a tratar de ‘el señor Carpentier’ o ‘el gran escritor argentino’.
¿Y no hay una dosis de envidia?
Dígamelo usted… una ocasión en París, un escritor ecuatoriano me pidió que le presentara a Alejo Carpentier. Y lo hice y, a la noche, mientras cenaba yo con Alejo, él me dijo, “¿Por qué me presentaste a ese amigo tuyo? Si no teníamos nada que decirnos a excepción de mucho gusto, ¿para qué?”. Yo le respondí que él me lo había pedido y que era para llegar al Ecuador y en la primera oportunidad que hubiera y se hablara de Alejo Carpentier, poder decir “es un gran amigo mío, me lo presentó el Turco Adoum en París”.
Leí en una reseña que Neruda dijo que el Ecuador tenía al mejor poeta de América Latina refiriéndose a Adoum. Usted tenía entonces 26 años…
Me enteré de eso en Viena, yo estaba justamente con Neruda y con Nicolás Guillén, y le dije “tú me haces daño, porque con una declaración como ésa, la gente va a esperar otra cosa de la que yo soy capaz, sin contar con el chiste o la burla de que digan ‘¡ah! y esto escribe el mejor poeta’”. Yo me encargué de que eso no se difundiera hasta que el poeta Díaz Granados lo sacó a relucir. Evidentemente no fue ni es ni será así, yo lo tomé más bien como una muestra de la generosidad de Neruda.
¿Y cómo se vinculó con él?
Yo vivía en una pensión que quedaba a dos cuadras del local del Partido Comunista y de la imprenta en la que se imprimía el diario del Partido, El Siglo. Él iba con cierta frecuencia y nos encontrábamos a veces. Al final de una conferencia que dio en el interior de Chile, muy conmovedora, me acerqué a felicitarlo y él me preguntó si quería ser su secretario; yo entonces tenía 18 años y él casi 40. El problema con la diferencia de edad es que uno no se atreve a hablar, tal vez ni a preguntar, solo escucha y aprende, y eso impide que durante algún tiempo haya una verdadera amistad; por un lado la importancia del uno y la prácticamente inexistencia del otro. Después de varios años, cuando volví a Chile, ya era el azar de los encuentros, sobre todo porque ambos estábamos dentro de la Campaña por la Paz Mundial.
¿Y con Julio Cortázar?
Julio viajaba mucho porque estaba en el Parlamento Bertrand Russell para oponerse a la guerra, denunciar las dictaduras, etc. Y con ese motivo nos encontrábamos más. Éramos muy amigos.
¿Parra?
Nicanor Parra iba casi todos los días a la casa de Neruda, tenía tanta confianza que si no había quien, él se servía sus whiskys; pero se burlaba de Pablo, se reía de él, de su partido, de su comunismo; entonces yo un día le dije “debes escoger entre el whisky y Neruda, porque no es posible que vengas todos los días a tomarte dos o tres tragos y luego hables mal del dueño de casa que te los está ofreciendo”.
“Tu nombre de línea y de varón sobre el pétalo débil del harapo y sobre tu abundancia ciega recojo tus pedazos, tu difícil y suelta geografía...”
Ecuador amargo (1949)
La obra de Adoum es dive style=»text-align:rsa, amplia, cargada de preocupaciones que van más allá de cualquier ideo style=»text-align:logía. Su preocupación se centra en el ser huma style=»text-align:no, en el devenir social, cuya desembocadura no importa tanto como el deshielo del que proviene, el origen, la tierra que nutre los sueños y recibe las lágrimas. Hablamos del Ecuador. Sus ojos sueltan un destello. La mirada se queda en la ventana que mira a la ciudad nublada. Algunas gotas de lluvia se impregnan en el cristal.
Usted ha vivido mucho tiempo fuera, ¿cómo es su relación con Ecuador?
Tengo una relación de amantes con mi patria; nos peleamos, nos reconciliamos y de nuevo nos separamos. Estoy contento de ser ecuatoriano, pero lo estaría más si el país fuera mejor; como individuo nunca pude hacer mucho, entonces me quedó el campo de la literatura.
¿Cómo ha cambiado su visión del Ecuador a lo largo de los años?
Ha ido evolucionando a un pesimismo mayor. Acabo de cumplir 80 años, de los cuales 60 han sido de fe, de espera, de desesperanza, de sentirme un poco inútil; es evidente que desde antes de la aparición de la guerrilla, y con eso me refiero a Rumiñahui, y después, los únicos hombres de acción han sido deportistas o militares.
¿Se podía hablar hace 50 años del Ecuador como nación?, ¿se puede ahora?
Hay una confusión entre estado y patria; nunca tuvimos un proyecto de país, nunca nadie lo elaboró, no tenemos perspectivas o metas, no sabemos qué hacemos cada día, a dónde vamos, es como construir una casa sin planos. Pero ahora lo que me preocupa más es otra cosa, ¿por qué somos así?, ¿y por qué solo nosotros? Étnicamente no se explica, ni México ni Perú ni Bolivia son como nosotros aunque la historia ha sido similar para nuestros países.
¿Y Quito?
Cuando hablaba de que tengo una relación de amantes con el Ecuador, es fundamentalmente con Quito, una ciudad muy hermosa, única, la prueba está en que me quedé a vivir acá, pude vivir mi jubilación en Grecia, que me gusta tanto, en Italia o España, pero no, decidí quedarme en Quito.
“Despiertas casicadáver cuando el reloj lo ordena,
el día no te espera, hay tanto capataz que mide
el milímetro del centavo que se atrasa por ti…”
Curriculum Mortis (1968)
La tarde bosteza y se traga los restos de luz que aún rebotan de los edificios. El tiempo corre. Los tiempos corren. La problemática del ser humano se ha ido agudizando, las contradicciones y la conciencia del poeta se ligan, se corresponden con angustia existencial. La voz ronca fluye con fascinación y cadencia, se suaviza entre inflexiones y entonación cálida.
¿Tiene el escritor un compromiso?, ¿de qué índole?
Curiosamente el concepto de escritor comprometido se aplica a los que siguen cierta orientación del pensamiento, pero todos estamos comprometidos en la vida, por el hecho de vivir en sociedad. Yo creo que el primer compromiso del escritor es con la literatura, de nada sirve la más grande obra revolucionaria si no tiene su propio valor literario. A mí me molesta esa poesía supuestamente revolucionaria y que no tiene nada de poesía; no es el tema el que determina el valor sino la manera de tratarlo.
¿Qué le viene a la mente con la palabra comunismo?
Recuerdo esquinas de Moscú, escenas de la vida cotidiana en Pekín y sobre todo Cuba.
¿Y capitalismo?
Una mierda.
¿Ecuador amargo?
Un verso de García Lorca, ‘un horizonte de perros ladra muy lejos del río’.
¿Entre Marx y una mujer desnuda?
Solo una vez publicado el libro me di cuenta de la ambivalencia de la frase, pero no hay que escoger entre uno y otro, sino que es la justa situación entre los problemas colectivos y la intimidad del ser humano.
“Después de añísimos de quizaces talveces ojalaces solo quedan porqués nuncamases y tampocos...”
Prepoemas en postespañol (1979)
El poeta es un transeúnte de las palabras, un malabarista callejero. Adoum lo sabe, lo asume, y por eso ha empedrado su camino con versos, ha tallado voces nuevas y ha resucitado otras para lograr expresiones sublimes, que subyuguen la imposibilidad del lenguaje, la limitante vaguedad o la inexactitud.
¿Es el poeta un refundador de la palabra?
El gran combate del poeta es con las palabras. No existe otro enemigo contra quien luchar sino las palabras. Hay que distinguir muy bien entre resignificación y juego de palabras, la una es cosa de ingenio y la otra de poesía, de ahí a que haya cierto rechazo a los poetas inventores de palabras… Yo me alegro mucho de haber inventado algunas de ellas.
Otro sorbo de vodka. El ruido de los hielos me devuelve a la realidad de la habitación. Adoum sonríe y enciende nuevamente su cigarro. Queda tanto por decir. Vuelven a mi memoria sus palabras de hace unos minutos: “el problema con la diferencia de edad es que uno no se atreve a hablar, tal vez ni a preguntar, solo escucha y aprende”.
Al final, ¿qué nos queda si no el amor y la muerte?
El amor es esencial, pero creo que no sabemos amar. Amamos algunas cosas, situaciones o lugares, pero llevamos 10 mil años sin haber aprendido a amar a una mujer y, aunque estamos aprendiendo, quizá dentro de 10 mil años más lo sepamos. La gente considera a la ternura como algo femenino y para mí es más esencial que el amor. A la muerte la trato ahora más objetivamente porque antes de este periodo no me ocupaba de eso. Nunca he pensado en la muerte en relación conmigo salvo ahora, porque estoy en la recta final, estoy en el grupo de los ochenta.
¿Cómo quisiera usted que lo recuerden?
No creo en la posteridad, no me interesa, claro que se dice que uno realmente muere cuando todos lo han olvidado. Quisiera que me recuerden como un hombre bueno, un amigo leal, alguien que nunca traicionó a nadie.
La entrevista termina. Son casi las nueve de la noche. Parece que ha dejado de llover, pero el cielo sigue pintado de gris sobre la esfera hueca. Le pido que me firme un libro. Alguien está por llegar. La Casa de la Cultura publicó hace varios meses sus Obras Incompletas en seis volúmenes y espera algunos ejemplares esa noche. Se despide con un abrazo y me pide que lo visite otra vez; ha sido una tarde emotiva. Afuera, Quito amenaza con sollozar de nuevo.
“Ya eres el que ibas a ser, el mismo polvo del que algo te aliviaba tu cepillo de ropa. Cumpliré tus encargos, sigo siendo el que eras. Ave de paso. Animal profético. Salud, ángel de paso, irremediablemente intacto...”
Los cuadernos de la tierra (1962)
Texto: Diablo Kiteño La Franciscana, 2006 Fotos tomadas de Internet